Los ‘tories’ no consiguen rematar a Brown

Hace un año parecía que estaba hecho. Pero a menos de mes y medio para las elecciones generales en Reino Unido, a los conservadores de David Cameron no les salen las cuentas para acabar con 13 años de gobiernos laboristas. La diferencia entre ambos partidos se ha ajustado tanto según las últimas previsiones, que el empate parece inevitable.

Lo más negro para el Partido Conservador es que, dándose esta situación, el primer ministro, Gordon Brown, tiene muchas posibilidades de permanecer en el poder. Ya sea con un gobierno en minoría o de coalición con los Liberal Demócratas.

La clave para romper las diferencias está en las circunscripciones marginales. En ellas, un incremento mínimo de los votos a favor de uno u otro partido, puede traducirse en una victoria global. El sistema electoral en Reino Unido es tan particular que permite gobernar no al partido que más votos obtiene, sino el que más diputados consigue en las 650 circunscripciones del país.

Seguir leyendo en Público.es

El imperio contraataca

David Cameron estaba sufriendo una especie de contra campaña desde Internet al estilo de Mariano Rajoy en las generales de 2008.

Los conservadores han estado lentos, pero ya han empezado a mandar sus mensajes en forma de cartel electoral. Mydavidcameron.com Vs. Mylabourposter.typepad.com.

Los gritos funcionan para Brown

Después de la encuesta de este domingo del Sunday Times queda probado que Gordon Brown tiene más vidas que un gato. Los laboristas se colocan a dos puntos de los conservadores en el análisis preparado por YouGov para el periódico. Traducido en votos ganarían las elecciones del 6 de mayo y podrían gobernar en minoría buscando apoyos puntuales en otros partidos. Es curioso, pero el primer ministro, al que llevan acusando toda la semana de atemorizar a sus empleados, ha vuelto a remontar el vuelo y coloca a su partido en una posición parecida a cuando sucedió a Tony Blair. Los laboristas no estaban tan bien en una encuesta desde hace dos años y medio.

La única explicación que me entra en la cabeza es que los británicos se han dado cuenta, tras los últimos acontecimientos, de que Brown no es tan corderito como parece y que igual lleva un líder dentro. Al fin y al cabo, las excentricidades, los desmanes y la mala leche están incluídas en la lista de cosas que conforman a los mitos políticos. Brown está lejos de ser uno, pero si consigue ganar las elecciones, entrará en la historia del laborismo como el hombre que resurgió de sus propias cenizas.

Para ver cómo está la cosa sólo hay que fijarse en que una encuesta del mismo periódico dejaba a los laboristas seis puntos por detrás hace sólo una semana. Los resultados van cambiando de un día para otro y parece imposible hacer una previsión de cómo estarán ambos partidos la semana que viene. El presidente de YouGov, Peter Kernell, dijo al periódico:

“I am confident the Tory lead is down this weekend but I can’t promise whether the latest movement will be sustained, increased or reversed in the days ahead. One of the reasons for doing daily polls is to monitor these fluctuations”

Entre las cosas que han podido aumentar las opciones de los laboristas esta semana está la confirmación de que el Reino Unido ha salido de la recesión. La economía británica creció un 0,3% en el último cuarto de 2009, una cifra un poco mejor que la esperada del 0,1% y que deja a Brown y su ministro de Finanzas, Alistair Darling, en buen lugar.

David Cameron, el líder Tory, no parece estar haciendo los deberes. Su partido ha perdido 24 puntos de distancia desde el invierno pasado. Hoy ha recurrido al patriotismo para reclamar el voto en el Spring Forum de Brighton.

«It is an election we have a patriotic duty to win because this country is in a complete and utter mess, and we have to sort it out.»

Si a estas alturas tiene que tirar de la bandera para mostrar su compromiso, mal van. Como dice Martin Ivens en su columna del Sunday Times, «If Labour is so terrible, why are you doing so badly?».

Gordon Brown, el terrible (II)

Vamos por partes porque ha llovido mucho -Y no sólo en sentido meteorológico–  desde la primera parte de esto, que va camino de convertirse en saga.  Voy a ser telegráfico para que nadie se pierda.

Hay que darle la enhorabuena al periodista Andrew Rawnsley por conseguir que su libro, ‘The End of The Party’, tenga muchísima más repercusión que el que fue presentado pocos días antes por Lance Prince en The Independent, titulado ‘The Spin Doctor’. Ambos tienen en común que han conseguido que la opinión pública británica piense que Gordon Brown es un personaje desequilibrado y déspota. La diferencia es que las fuentes del primero parecen mucho más fiables que las del segundo.

El domingo, The Observer publicó en exclusiva los primeros extractos del libro. En esa entrega, el periodista habla del carácter «irascible» del primer ministro. También de su falta de previsión, indecisión y susceptibilidad con los titulares de prensa. Pero creo que los periódicos se están quedando en la superficie y dando demasiado altavoz a frases del tipo «no pasaba un sólo día sin que me tirara un periódico, un bolígrafo o una lata de coca-cola», de uno de sus ayudantes. Todos hemos tenido jefes y sabemos cómo reaccionan de vez en cuando.

Lo que ha tenido menos repercusión es el constante estado de fatiga que se le atribuye al primer ministro en ese extracto. En numerosos comentarios de lo publicado en The Observer se dice que Brown estaba «exhausto», «cansado» y que era incapaz de «tomarse unas vacaciones» ni siquiera en verano. «No era el tipo de cansancio que se cura con una semana durmiendo bien», dice uno de sus ayudantes. «Tenía los hombros hundidos y la cara demacrada», dice otro.

Según Rawnsley:

«Brown had been «ferociously hard-working» since childhood, says his friend Murray Elder. The eternal scholarship boy responded to adversity by thinking that he would find the answer to his problems by labouring even harder. He went to bed later and got up earlier, working even more fiercely in the belief that this was the way to get on top of things. He did not grasp that what he most needed to do was to learn to delegate and to prioritise».

Las cosas habían ido mal. Como cuenta el libro, cuando Brown sucedió a Blair en 2007, los laboristas se pusieron por delante de los conservadores en las encuestas después de dos años. Tanto, que con la euforia, los más cercanos le animaron a que convocara elecciones anticipadas y así se quitara el estigma de ser un primer ministro que no había sido elegido directamente por el pueblo. Los laboristas pusieron en marcha la maquinaria electoral. Brown encargó a su ministro de Finanzas, Alistair Darling, que preparara un adelanto del presupuesto para el año siguiente y hasta la reina estaba preparada para una posible disolución del Parlamento.

A pocos días de que Brown fuera a anunciar el adelanto de las elecciones, los conservadores celebraban una conferencia en Blackpool. George Osborne, el responsable de finanzas Tory, hizo un anuncio que terminaría por minar las expectativas de los laboristas. Los conservadores estaban dispuestos a aplicar el impuesto de sucesiones a las rentas más altas. Los asesores de Brown le habían desaconsejado en varias ocasiones que llevara ese impuesto en su programa electoral y, por tanto, Darling no lo incluyó en el presupuesto.

No hizo falta. Tras el anuncio de Osborne los laboristas habían perdido fuelle en las encuestas. Lo peor es que no les quedaba más remedio que parar la carrera electoral, con el consiguiente ridículo para Brown. Los rumores de la marcha atrás habían llegado a la prensa y ya no había manera de pararlo. La reputación del primer ministro quedó por los suelos y las relaciones dentro del partido se resquebrajaron. Los unos se echaban las culpas a los otros del error y entre medias quedaba un Brown hastiado y con un humor de perros.

A las personas perfeccionistas y que tienen un exceso de responsabilidad les suele pasar esto. Que al final prefieren hacer la guerra por su cuenta antes que confiarle el trabajo a nadie. Sus esfuerzos para mejorar su imagen otra vez le pasaron factura en forma de estrés. Quería manejarlo todo para que no volviera a haber ningún error. Se metía en las labores de todos sus colaboradores y ministros. Hacía y deshacía a su antojo y vinieron las rebeliones que conté en el anterior post. Gordon Brown pasó de ser el hombre que podía sacar al nuevo laborismo de su atolladero para convertirse en un acosador laboral sin escrúpulos.

Entre unos y otros han aprovechado estos días la publicación de los libros para remover la imagen de Brown, ya de por sí maltrecha. Desde Christine Pratt, la directora y fundadora del Servicio Nacional contra el Acoso Laboral, que filtró sin que aún se sepa el porqué, que había recibido la llamada de cuatro personas del entorno de Brown; hasta David Cameron, que ayer se burló de lo lindo del primer ministro y de Darling.

Éste, en una entrevista la noche anterior, sugirió que Brown le había puesto a parir cuando le dijo que Reino Unido se iba a hundir en la recesión. Cameron, al que se le da muy bien aprovechar los puntos flacos de Brown dijo: «Después de las extraordinarias declaraciones del ministro anoche y tras las palabras del primer ministro esta mañana, cito textualmente «Nunca le diría a nadie que hiciera otra cosa que no sea apoyar al ministro», ¿tendría usted el valor de levantarse y decirnos que esto es cierto?».

Como bien dice Íñigo en este post «¿Qué es mejor? ¿Tener a un primer ministro educado pero incompetente o a otro paranoico e iracundo pero que sepa hacer su trabajo? ¿Se puede elegir? ¿Qué ocurre si es incompetente y paranoico?». Pero a un buen primer ministro también le hacen las personas que le rodean y me temo que en todo este tiempo no han estado a la altura. A juzgar por los relatos, nadie ha sabido poner en su sitio a Brown y hacerle ver que su comportamiento era intolerable para la estabilidad del Gobierno. Tampoco parece que haya habido alguno que le haya aconsejado correctamente.

Lo que sí ha demostrado el primer ministro es saber reaccionar justo cuando se ha visto con el agua al cuello. Si siguen saliendo historias, le puede volver a alcanzar. Pero al final acabará resurgiendo. Las encuestas ya parecen estar de su parte. Un tipo que le grita a Blair, no debe ser tan malo después de todo.